
Dirigida por Rob Bowman y estrenada en 2005 con el título original Elektra, esta película retoma al personaje surgido en los cómics de Marvel para construir un thriller de acción con tintes sobrenaturales. Tras su aparición en “Daredevil”, Elektra renace como una figura atormentada, marcada por la muerte y entrenada para convertirse en una de las asesinas más letales del mundo. La cinta explora su conflicto interno, sus traumas y el delgado puente entre la violencia y la posibilidad de un nuevo comienzo.
La protagonista vive atrapada en la repetición de heridas antiguas: la pérdida de su familia, su propia muerte y su resurrección a manos de maestros que moldearon su cuerpo y su mente para el combate. Jennifer Garner interpreta a una Elektra fría, calculadora y emocionalmente distante, cuya identidad se ha endurecido para sobrevivir. Pero debajo de su temple impenetrable, la película revela a una mujer que sigue luchando contra miedos, recuerdos y culpas que la persiguen en silencio.
Cuando Elektra acepta una nueva misión, descubre que su objetivo es una niña protegida por su padre. Este giro la coloca frente a un dilema moral inesperado: ejecutar la orden y seguir siendo el arma que entrenaron… o proteger a quienes debió eliminar. Esta decisión impulsa la historia hacia un camino más emocional y complejo, donde la asesina comienza a cuestionar quién quiere ser y qué tipo de vida desea construir más allá de la sangre.
La organización criminal conocida como La Mano se convierte en el principal antagonista. Guerreros con habilidades sobrenaturales, asesinos sigilosos y figuras marcadas por poderes oscuros persiguen a Elektra y a aquellos que intenta salvar. Esta facción añade un elemento fantástico al relato, introduciendo poderes, símbolos y rituales que conectan la historia con el universo místico del personaje. Cada enfrentamiento amplifica la sensación de amenaza constante.
La película apuesta por coreografías fluidas, combates que mezclan artes marciales con movimientos casi coreográficos y un uso distintivo del color rojo, asociado tanto al dolor como a la fortaleza interior de la protagonista. Las escenas de acción combinan lo físico con lo espiritual, mostrando cómo Elektra lucha no solo contra sus enemigos, sino también contra sus propios fantasmas. El estilo visual refuerza su dualidad: una mujer entre la vida y la muerte, entre la sombra y la luz.
El desenlace enfrenta a Elektra con la versión más oscura de sí misma: el legado de violencia que heredó y el miedo constante a repetir su pasado. Al tomar una decisión que prioriza la protección y la empatía, rompe el ciclo que la perseguía desde su resurrección. Aunque la película cierra con un tono melancólico, deja claro que Elektra ha encontrado un nuevo propósito, incluso si su camino sigue marcado por la soledad. Es un final que honra su esencia: una guerrera que, al fin, elige luchar por algo más que la venganza.