
Dirigida por John Crowley y estrenada en 2024 con el título original We Live in Time, esta película presenta la historia de Almut y Tobias, dos personas cuyas vidas se cruzan de manera inesperada y que, con el paso de los años, construyen un amor tan luminoso como doloroso. Protagonizada por Florence Pugh y Andrew Garfield, la cinta explora los matices más íntimos de una relación que madura entre sueños, rutinas, alegrías, promesas y pérdidas que obligan a mirar el tiempo desde una nueva perspectiva. Crowley dirige con sensibilidad un relato donde cada instante se vuelve valioso y cada recuerdo importa.
La película transcurre en espacios sencillos que se vuelven significativos: un pequeño apartamento lleno de vida, cafés donde nacen conversaciones inolvidables, hospitales donde el tiempo parece detenerse y calles que cambian a medida que ellos cambian. Crowley usa estos escenarios para mostrar que la magia del amor no necesita grandes gestos, sino miradas, silencios y momentos compartidos. El diseño visual, cálido y honesto, acompaña el paso de los años y permite sentir cómo el mundo cambia al ritmo de sus corazones.
Florence Pugh interpreta a Almut con una mezcla de fuerza, vulnerabilidad y un humor delicado que ilumina cada una de sus escenas. Andrew Garfield, como Tobias, aporta una sensibilidad profunda, marcada por la torpeza encantadora de quien quiere hacer las cosas bien, pero también por el peso de sus propios temores. Juntos construyen una relación convincente, llena de complicidad y de conversaciones que parecen pequeñas pero que definen el rumbo de sus vidas. Su química sostiene el relato, convirtiendo su historia en una experiencia emocional poderosa.
La vida de la pareja se ve golpeada cuando Almut recibe un diagnóstico que trastoca sus planes y transforma la forma en que ambos entienden el futuro. La película no se centra en la enfermedad en sí, sino en cómo ella redefine el amor, la rutina y las decisiones cotidianas. Los personajes enfrentan miedos, dudas y momentos de vulnerabilidad absoluta, pero también encuentran razones para seguir creando recuerdos. El conflicto no destruye la relación: la profundiza, mostrando que amar también significa aceptar lo que no se puede controlar.
John Crowley utiliza primeros planos cargados de emoción, una iluminación suave y un montaje que alterna presente y pasado para subrayar la idea de que la vida se construye en fragmentos. La fotografía resalta colores cálidos que envuelven las escenas íntimas y tonos más apagados en los momentos de angustia, creando un equilibrio visual que refleja el viaje emocional de los protagonistas. La música acompaña sin invadir, permitiendo que el peso dramático recaiga en las actuaciones.
El desenlace ofrece un cierre conmovedor donde el recuerdo se convierte en el refugio más puro. Tobias y Almut enfrentan su destino sabiendo que, aunque el tiempo sea finito, lo vivido permanece. El tiempo que tenemos concluye con una mezcla de tristeza y gratitud, recordando que la vida no se mide en años, sino en los instantes que compartimos con quienes amamos.