
Dirigida por Osgood Perkins y estrenada en 2025 con el título original The Monkey, El mono (2025) adapta uno de los relatos más inquietantes de Stephen King, convirtiéndolo en un descenso lento y perturbador hacia la locura. La historia sigue a dos hermanos que, tras descubrir un viejo mono de cuerda en su infancia, deben enfrentarse a una serie de muertes inexplicables que parecen estar relacionadas con aquel juguete diabólico. Años después, ya adultos, el hallazgo del mismo objeto reabre un ciclo de terror que jamás lograron enterrar. La película mezcla nostalgia, trauma y horror psicológico en un relato que se siente tan íntimo como aterrador.
En El mono (2025), los recuerdos de la niñez se convierten en un laberinto emocional donde cada risa del muñeco, cada movimiento mecánico, despierta heridas que nunca cerraron. Los hermanos, atrapados entre la incredulidad y el terror latente, reconstruyen los momentos en que sus vidas comenzaron a torcerse. La película captura esa sensación de miedo infantil que nunca se disipa por completo, y que regresa con fuerza cuando el pasado irrumpe sin avisar, obligando a los protagonistas a enfrentar lo que entonces no pudieron comprender.
El antiguo mono de cuerda es el eje del horror: un juguete aparentemente inocente que, con cada golpe de sus platillos, marca el inicio de una tragedia. La película aprovecha este elemento para construir un terror atmosférico, utilizando sonidos repetitivos, movimientos mecánicos y sombras inquietantes que se adhieren a la mente del espectador. La tensión no proviene de grandes sobresaltos, sino de la certeza de que el incremento del ritmo del juguete anticipa siempre una muerte que parece inevitable.
La narrativa profundiza en los sentimientos de culpa y responsabilidad que han acompañado a los protagonistas durante toda su vida. Aunque intentaron olvidar lo ocurrido, el regreso del mono revela que los secretos nunca desaparecen y que su familia ha estado marcada por un destino oscuro que se transmite de generación en generación. Este enfoque da a la historia una carga emocional poderosa, mostrando cómo el miedo puede moldear la personalidad y destruir vínculos que alguna vez parecieron indestructibles.
A medida que la historia avanza, se hace evidente que el juguete no actúa al azar: parece responder a emociones profundas, a rencores, a heridas no sanadas. La película insinúa una fuerza que trasciende lo físico, un mal que se mimetiza con las debilidades humanas y que encuentra su propósito en llevar a los protagonistas al límite. Este elemento sobrenatural se combina con un estudio psicológico de los personajes, logrando que el horror sea tan interno como externo.
El desenlace de El mono (2025) lleva a los personajes a una confrontación definitiva con aquello que han temido toda su vida. Para liberarse del juguete maldito, deben enfrentar la verdad de sus recuerdos y aceptar los sacrificios que el terror exige. La película cierra con un tono sombrío, respetando la esencia del relato original de Stephen King: la idea de que algunas sombras del pasado nunca desaparecen por completo, y que sobrevivir implica enfrentarlas de frente, aunque el precio sea devastador.