
Dirigida por Paul Greengrass y estrenada en 2025 con el título original The Lost Bus, la película se sitúa durante el devastador incendio Camp Fire de 2018 en Paradise, California. En ese contexto extremo, veintidós niños de primaria quedan atrapados en su escuela cuando las llamas se expanden con una velocidad implacable y sus familias ya no pueden llegar hasta ellos. La historia se centra en un conductor de autobús escolar que, junto a una maestra, asume la responsabilidad de sacar a los niños de la zona mientras el entorno se vuelve cada vez más inestable y peligroso.
En Laberinto en llamas, el fuego no es solo un desastre natural, sino una presencia constante que condiciona cada decisión. Las carreteras desaparecen, el humo reduce la visibilidad a segundos y el tiempo se convierte en un recurso escaso. La película muestra cómo el incendio transforma el paisaje en un laberinto mortal, donde avanzar o detenerse puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. El peligro no proviene de un antagonista humano, sino de una fuerza incontrolable que avanza sin compasión.
Uno de los aspectos más conmovedores del relato es la forma en que retrata a los niños atrapados. Lejos de convertirlos en simples figuras pasivas, la película les otorga humanidad y miedo real. Cada uno reacciona de manera distinta ante la emergencia: algunos entran en pánico, otros buscan consuelo y algunos intentan ser valientes por los demás. Laberinto en llamas subraya la vulnerabilidad infantil frente a una catástrofe que no pueden comprender del todo, reforzando la urgencia de la misión de rescate.
El conductor del autobús se convierte en el eje moral y emocional de la historia. Sin entrenamiento especial para situaciones de desastre, debe improvisar rutas, evaluar riesgos y mantener la calma mientras carga con la vida de decenas de niños. La película construye su tensión a partir de estas decisiones, mostrando cómo la responsabilidad pesa más que el miedo personal. Cada kilómetro recorrido es una apuesta, y cada desvío puede ser el último. El relato enfatiza el heroísmo cotidiano, aquel que surge sin tiempo para la reflexión.
Fiel al estilo de Paul Greengrass, la puesta en escena apuesta por un realismo crudo y directo. La cámara cercana, el montaje nervioso y el sonido envolvente colocan al espectador dentro del autobús y del caos exterior. En Laberinto en llamas, la tensión no se construye con música grandilocuente, sino con la sensación de peligro inmediato. El fuego, el humo y el ruido de los árboles cayendo crean una experiencia inmersiva que busca transmitir la desesperación de quienes vivieron ese día.
Al estar inspirada libremente en un hecho real, la película evita el sensacionalismo y se enfoca en la resistencia humana frente a la tragedia. Laberinto en llamas no presenta finales fáciles ni victorias absolutas, sino un retrato honesto de una evacuación límite donde cada vida salvada cuenta. El cierre deja una impresión duradera, recordando que, en medio de los peores desastres, el valor individual y la solidaridad pueden abrir un camino incluso cuando todo parece perdido.