
Dirigida por Francis Lawrence y estrenada en 2025 con el título original The Long Walk, la película adapta la inquietante novela de Stephen King publicada bajo el seudónimo de Richard Bachman. La historia plantea una competencia extrema en un futuro autoritario, donde cien adolescentes participan en una caminata interminable con una sola regla clara y brutal: mantener una velocidad mínima constante. Quien se detiene, muere. Desde el inicio, el film establece un tono opresivo, donde la simplicidad de la premisa contrasta con la complejidad emocional que se desarrolla a lo largo del recorrido.
El relato sigue principalmente a Ray Garraty (Cooper Hoffman), un joven aparentemente común que decide participar en la caminata impulsado por razones personales que se revelan progresivamente. A su alrededor surgen otros competidores como Peter McVries (David Jonsson), carismático y desafiante, y Stebbins (Mark Hamill), una figura inquietante que parece comprender mejor que nadie el verdadero sentido del juego. Cada participante encarna una forma distinta de enfrentar el miedo, desde la rebeldía hasta la resignación, construyendo un mosaico humano marcado por la tensión constante.
En Camina o muere, el horror no surge de criaturas ni de escenarios fantásticos, sino del desgaste físico extremo. Ampollas, calambres, deshidratación y agotamiento se convierten en amenazas tan letales como las armas de los soldados que vigilan la marcha. Francis Lawrence enfatiza el deterioro progresivo de los cuerpos para subrayar que la competencia no es solo una prueba de resistencia física, sino un experimento cruel que mide cuánto puede soportar una persona antes de quebrarse por completo.
La caminata es presentada como un evento público, vigilado y celebrado por las autoridades. El Mayor (Mark Hamill), figura central del poder militar, encarna un liderazgo distante y despiadado que observa la competencia como un espectáculo necesario para mantener el orden. La película expone cómo el sufrimiento ajeno se transforma en entretenimiento y herramienta de control social, reforzando una crítica directa a los sistemas que normalizan la violencia cuando esta se presenta bajo reglas claras y apariencia de justicia.
A pesar del contexto brutal, la película encuentra espacio para explorar vínculos humanos inesperados. A lo largo del camino, los participantes forman alianzas, comparten historias y se sostienen emocionalmente, incluso sabiendo que solo uno sobrevivirá. Garraty experimenta una contradicción constante entre el deseo de ganar y la culpa de avanzar mientras otros caen. Estas relaciones aportan una carga emocional profunda, recordando que incluso en los entornos más inhumanos, la necesidad de conexión persiste.
El desenlace de Camina o muere mantiene la crudeza de su planteamiento inicial y evita cualquier tipo de alivio fácil. La victoria, lejos de sentirse como un triunfo, se presenta como una consecuencia amarga de haber resistido más que los demás. La película cierra con una reflexión devastadora sobre el precio de sobrevivir en un sistema que convierte la resistencia en condena. Así, la adaptación se consolida como un relato sombrío y profundamente humano sobre el límite entre la obediencia y la destrucción personal.