
Dirigida por Sean Byrne y estrenada en 2025 con el título original Dangerous Animals, la película propone un descenso inquietante a un horror disfrazado de atracción turística. La historia comienza con una experiencia aparentemente controlada: una jaula para observar tiburones en mar abierto. Sin embargo, desde los primeros minutos se revela que el verdadero peligro no está bajo el agua, sino al mando del barco. El asesinato inmediato de Greg y el secuestro de Heather dejan claro que no habrá sutilezas: el terror será directo, cruel y sostenido.
El personaje de Tucker se presenta como un hombre moldeado por un trauma infantil que nunca cicatrizó. Sobrevivir a un ataque de tiburón no lo convirtió en víctima, sino en un fanático obsesionado con dominar aquello que casi lo mata. La película no intenta justificarlo, pero sí expone cómo su fascinación deriva en una lógica retorcida donde las personas se transforman en carnada. Cada grabación en VHS confirma que no es un crimen aislado, sino una rutina cuidadosamente diseñada para satisfacer su necesidad de control.
La aparición de Zephyr introduce una energía distinta al relato. Su encuentro casual con Moses, marcado por la conexión humana y la libertad del surf, funciona como un contraste brutal con el horror posterior. La película no pierde tiempo en romantizar: esa noche compartida solo sirve para que el golpe sea más duro cuando Zephyr desaparece. Su secuestro replica el patrón anterior, pero también introduce una variable inesperada: una víctima que se resiste activamente y que no acepta el rol asignado.
El momento en que Heather es elevada sobre el océano y devorada por tiburones marca el punto de no retorno. La escena es explícita, prolongada y cruel, dejando claro que el director no busca sugerir, sino confrontar. El uso de la cámara dentro de la cámara refuerza la deshumanización total: para Tucker, la muerte es contenido. Zephyr observa sabiendo que ese será su destino, y esa certeza convierte cada segundo posterior en una lucha desesperada contra lo inevitable.
La investigación improvisada de Moses introduce tensión desde tierra firme, pero también demuestra lo frágil que puede ser la ayuda cuando llega tarde. Su infiltración en el barco revela la verdad, pero desencadena una cadena de violencia aún mayor. El asesinato del vecino cómplice y la tortura pública de Moses confirman que Tucker no duda en eliminar cualquier amenaza. La escena del arnés, con el cuerpo herido como cebo, es una de las más perturbadoras del filme.
El clímax no ofrece redención fácil. Zephyr debe mutilarse para escapar, fracasa, vuelve a caer y finalmente enfrenta al tiburón cara a cara. Cuando Tucker muere devorado por la criatura que veneraba, la película cierra su círculo de forma brutal y simbólica. La supervivencia llega, pero no limpia el trauma. El final sugiere futuro para Zephyr y Moses, aunque deja claro que algunas experiencias dejan cicatrices imposibles de borrar.