
Dirigida por John Lee Hancock y estrenada en 2016 con el título original The Founder, la película narra el origen del imperio McDonald’s desde una perspectiva incómoda y deliberadamente crítica. Lejos de glorificar el éxito empresarial, el filme expone cómo la ambición desmedida puede devorar cualquier principio ético. Desde el inicio se establece que esta no es una historia de inspiración, sino el retrato de un hombre dispuesto a todo por alcanzar el reconocimiento que siempre sintió merecer.
Ray Kroc (Michael Keaton) es presentado como un vendedor fracasado, persistente hasta la obsesión, que ve en un pequeño restaurante de California la oportunidad de su vida. Cuando conoce a los hermanos McDonald, queda fascinado no solo por la comida, sino por la eficiencia casi mecánica de su sistema. La película no oculta que, desde ese momento, Kroc comienza a apropiarse mentalmente de una idea que no le pertenece, convencido de que él es el único capaz de llevarla a su “verdadero” potencial.
Dick y Mac McDonald (Nick Offerman y John Carroll Lynch) representan el contrapunto moral de la historia. Son hombres meticulosos, orgullosos de su creación y reacios a sacrificar calidad por expansión. La película deja claro que su error no fue la ingenuidad, sino confiar en alguien que veía los acuerdos como obstáculos temporales. Cada conversación contractual se convierte en una bomba de tiempo, donde la cordialidad esconde una traición en construcción.
Uno de los puntos más reveladores del filme ocurre cuando Ray descubre que el verdadero poder no está en el negocio de las hamburguesas, sino en el control del terreno. A partir de ahí, la película muestra sin disimulo cómo Kroc utiliza tecnicismos legales para vaciar de poder a los hermanos. El momento en que les arrebata el control total del nombre McDonald’s, dejándolos sin regalías prometidas, es mostrado como una victoria empresarial y, al mismo tiempo, como una derrota moral absoluta.
La ambición de Ray no solo destruye acuerdos profesionales, sino también relaciones personales. Su matrimonio se deteriora hasta volverse insostenible, y su nueva relación surge más como un símbolo de estatus que como un vínculo genuino. La película no suaviza este aspecto: el éxito de Kroc es directamente proporcional a su aislamiento emocional. Cada logro lo aleja más de cualquier rasgo de empatía, consolidando su transformación en un depredador corporativo.
El desenlace de Hambre de poder resulta tan impactante como perturbador. Ray Kroc muere reconocido como el fundador de McDonald’s, mientras los verdaderos creadores quedan relegados a una nota al pie de la historia. La película cierra dejando una sensación amarga: el sistema premia al más implacable, no al más justo. El éxito, aquí, no es una recompensa al talento, sino a la falta de escrúpulos, convirtiendo esta historia real en una reflexión inquietante sobre el verdadero costo del poder.