
Dirigida por Flying Lotus y estrenada en 2025 con el título original Ash, Ash (2025) presenta un thriller psicológico ambientado en una estación espacial aislada donde una científica despierta rodeada de los cuerpos sin vida de toda su tripulación. La protagonista, interpretada por Eiza González, debe enfrentarse a la aterradora posibilidad de que algo —o alguien— haya desencadenado la masacre mientras ella dormía. La llegada de un rescatista interpretado por Aaron Paul complica aún más la situación, pues su misión, lejos de esclarecer los hechos, abre un abismo de dudas, secretos y percepciones distorsionadas que se vuelven tan peligrosas como el propio vacío exterior.
En Ash (2025), el terror psicológico se construye a partir del desconcierto de la protagonista. Eiza González encarna a una mujer que intenta unir piezas de un rompecabezas que se desmorona cada vez que cree comprenderlo. Recuerdos incompletos, imágenes distorsionadas y una sensación constante de amenaza la obligan a cuestionar no solo lo que ve, sino su propia memoria. La película convierte su inestabilidad emocional en el motor narrativo, creando un retrato intenso y vulnerable de una mente que lucha por mantenerse a flote.
El escenario metálico y silencioso de la estación espacial refuerza la atmósfera opresiva del relato. Pasillos estrechos, luces parpadeantes y habitaciones vacías construyen un ambiente donde cada ruido parece presagiar un nuevo desastre. Flying Lotus utiliza la arquitectura del lugar como un recurso de suspenso: el espacio, supuestamente diseñado para la investigación, se siente como un laberinto psicológico del que nadie puede escapar. El vacío exterior contrasta con el encierro interior, intensificando la sensación de vulnerabilidad absoluta.
El personaje interpretado por Aaron Paul llega como salvación, pero pronto se convierte en un enigma inquietante. Su historia tiene inconsistencias, sus gestos esconden tensión y su presencia activa nuevos temores en la protagonista. La película juega con la ambigüedad moral del personaje, sugiriendo que sus intenciones podrían no ser tan altruistas como afirma. Esta dinámica de desconfianza eleva la tensión continuamente, convirtiendo cada conversación en un duelo psicológico.
A medida que la protagonista intenta reconstruir los eventos anteriores a la masacre, la narrativa introduce elementos que sugieren que algo más acecha en la estación. Apariciones fugaces, ruidos inexplicables y recuerdos alterados hacen pensar que la tragedia no se debió solo a una falla humana. La presencia de Norman Reedus aporta un matiz adicional al misterio, vinculando fragmentos del pasado con una verdad que se vuelve cada vez más perturbadora. El resultado es un clima de paranoia creciente donde nada es lo que parece.
El desenlace de Ash (2025) expone la verdadera naturaleza de la tragedia y redefine por completo la percepción que la protagonista —y el espectador— tenía de los hechos. Lo que parecía una simple misión científica se revela como un conflicto emocional y moral que supera cualquier explicación racional. El cierre deja al espectador con una sensación de desasosiego profundo, mostrando que en el vacío del espacio la verdad puede ser tan destructiva como cualquier peligro físico. Es un final que impacta, desconcierta y permanece en la mente mucho después de que aparecen los créditos.