
Dirigida por Ali Abbasi y estrenada en 2014 con el título original The Apprentice, esta película sigue el ascenso de un joven decidido a abrirse paso en un entorno donde la influencia, la manipulación y las decisiones éticas se difuminan. La historia retrata el proceso de formación de un hombre que, movido por sus deseos y sus inseguridades, empieza a absorber las reglas de un sistema que no perdona errores. Con un tono introspectivo, crudo y emocional, el filme explora los costos personales que implica abrirse camino en un mundo donde cada elección deja cicatrices invisibles.
La película se desarrolla en oficinas sobrias, pasillos tensos y salas de reuniones donde la presión se respira en cada rincón. Abbasi retrata este contexto como un laberinto emocional, donde la apariencia de orden encubre una lucha constante por sobrevivir. El entorno, lleno de silencios incómodos, miradas calculadas y gestos mínimos, refleja la dureza del camino que el protagonista debe recorrer. Esta atmósfera gris y asfixiante potencia el sentimiento de vulnerabilidad que atraviesa a quien busca ascender a cualquier costo.
El aprendiz inicia como un joven lleno de ilusiones, pero pronto se enfrenta a un sistema que exige sacrificios de los que nadie le habló. Su transformación emocional se convierte en el núcleo del relato: la tensión entre su moral inicial y las nuevas reglas que aprende. Abbasi se detiene en sus gestos, en su mirada que va perdiendo brillo, en sus decisiones apresuradas tomadas desde la necesidad de pertenecer. Cada paso que da lo acerca más al poder, pero también lo aleja de la persona que solía ser.
El núcleo del conflicto aparece cuando el protagonista comienza a recibir la atención de figuras que representan autoridad y experiencia, personajes que ven en él un instrumento útil. Las presiones externas, los favores encubiertos y las promesas de ascenso lo llevan a asumir riesgos que comprometen su integridad. El filme muestra la tensión entre obedecer para sobrevivir o rebelarse para conservar algo de sí mismo, revelando cómo el poder puede convertirse en un espejo distorsionado donde se pierde la identidad.
Ali Abbasi apuesta por una puesta en escena sobria, centrada en planos cercanos que capturan con precisión el desgaste emocional del protagonista. La fotografía oscura, los silencios prolongados y la iluminación tenue transmiten la sensación de un mundo que devora lentamente a quienes ingresan en él. El ritmo pausado permite que el espectador sienta el peso de cada elección, como si cada escena fuera un recordatorio de que el éxito nunca llega sin consecuencias.
El desenlace deja en claro que ninguna transformación profunda llega sin un costo emocional. El aprendiz, marcado por decisiones que lo superaron, descubre que la ascensión profesional implica un sacrificio interno que ya no puede deshacerse. El aprendiz concluye con un tono agridulce y contemplativo, mostrando que, a veces, convertirse en lo que el mundo demanda significa renunciar a lo que uno realmente es.