
Dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia y estrenada en 2024 con el título original El hoyo 2, esta secuela expande el universo distópico del “Centro Vertical de Autogestión” para explorar nuevas capas de violencia, desigualdad y resistencia. Con una estética igual de cruda que la primera entrega, pero con un enfoque más amplio y político, el filme profundiza en el origen del sistema, en las fallas estructurales que lo sostienen y en los intentos desesperados de quienes buscan romper el ciclo de hambre y deshumanización.
La secuela muestra que la estructura es más vasta de lo que imaginábamos. Nuevos niveles, reglas modificadas y un sistema de redistribución que ya no solo controla la comida, sino también el acceso a información, medicamentos y recursos mínimos. El horror del descenso es más evidente: gritos en niveles inferiores, sombras que se mueven sin rostro y un ambiente que parece desmoronarse con cada plataforma. La corrupción del sistema se vuelve un monstruo en sí mismo.
Los nuevos personajes traen consigo historias marcadas por la pobreza, la injusticia y el desencanto social. Algunos llegan voluntariamente buscando un beneficio; otros no recuerdan cómo entraron. Pero todos comparten una misma certeza: la plataforma ya no funciona como antes. La comida desaparece antes de llegar a los niveles medios, los castigos se vuelven más violentos y la paranoia se instala. Los internos empiezan a unirse para comprender qué cambió… y por qué.
Si la primera película se centraba en el intento de enviar un mensaje hacia arriba, esta secuela aborda el proceso inverso: una rebelión que intenta subir desde los niveles más bajos para romper con el sistema en su origen. Los protagonistas descubren documentos, registros y testimonios que revelan cómo nació el hoyo y quiénes realmente se benefician de él. La lucha deja de ser individual y se convierte en un movimiento que desafía el orden establecido.
La brutalidad vuelve a estar presente, pero esta vez enfocada en cómo el sistema obliga a las personas a convertirse en verdugos o víctimas sin opción intermedia. La película cuestiona la naturaleza humana con nuevos dilemas éticos: ¿es posible conservar la bondad en un entorno diseñado para destruirla? ¿Cuánto puede soportar alguien antes de romperse? La desesperación, la solidaridad y la traición se entremezclan en un clima que parece al borde del colapso permanente.
El desenlace de “El hoyo 2” mantiene la tradición del cine de Gaztelu-Urrutia: incómodo, poético y profundamente perturbador. El intento de revolución alcanza las capas superiores del sistema, pero revela una verdad devastadora sobre el propósito del hoyo y la imposibilidad de escapar de su lógica. La última escena, cargada de significado, funciona como un eco de la primera película: no hay respuestas fáciles, solo preguntas que invitan a reflexionar sobre desigualdad, poder y humanidad. Es un cierre que golpea, que duele, y que reafirma que la distopía más temible es siempre la que se parece demasiado a la realidad.