
Dirigida por Seong-ho Jang y estrenada en 2025 con el título original The King of Kings, El rey de reyes (2025) se construye sobre una premisa profundamente emotiva: Charles Dickens intenta representar su clásico recital navideño, pero la interrupción constante de su hijo Walter lo obliga a inventar una nueva historia, una que supuestamente superaría incluso las hazañas del rey Arturo. Esa idea, planteada casi como un reto paternal, se transforma en un puente entre la imaginación del niño y la esencia espiritual del relato de Jesucristo, dando inicio a una experiencia que mezcla fantasía, fe, descubrimiento y la compleja relación entre padre e hijo.
La historia avanza cuando Walter, inicialmente incrédulo y algo desafiante, acepta escuchar la narración de su padre con la condición de poder abandonarla si se aburre. Sin embargo, ocurre lo contrario: queda atrapado emocionalmente en la vida de Jesús. Su imaginación rompe los límites del tiempo y del escenario, permitiéndole viajar junto a Él, observar cada momento de Su vida y descubrir un sentido de propósito que jamás había experimentado. Esta transformación interior convierte a Walter en un reflejo de la inocencia humana que busca respuestas, guía y consuelo.
A medida que el relato se expande hacia los episodios más significativos del Evangelio —la Natividad, el Ministerio, la Pasión—, la conexión de Walter con Jesús se vuelve cada vez más profunda. Lejos de ser un simple espectador, el niño siente cada enseñanza, cada dolor y cada triunfo como si formara parte del propio camino de Jesús. La película explora cómo la belleza del mensaje cristiano puede resonar en las almas más jóvenes, especialmente cuando buscan un modelo de grandeza genuina, no basado en la fuerza o en la épica, sino en la compasión, el sacrificio y el amor.
Cuando llega la Crucifixión, Walter enfrenta la parte más desgarradora del relato. El sufrimiento de Jesús lo confronta con preguntas sobre la injusticia, el sacrificio y la muerte. Dickens intenta ayudarlo explicando el pecado original y la necesidad espiritual del sacrificio, pero incluso así el niño lucha por comprenderlo. Entonces la película se atreve a ir más allá, representando visualmente el colapso emocional de Walter mientras se hunde en un océano simbólico, clamando por ayuda. Este momento de vulnerabilidad absoluta prepara el terreno para el acto más luminoso de la historia.
La aparición de Jesús sobre las aguas, salvando a Walter con un abrazo tierno, simboliza el triunfo de la vida sobre la muerte y del amor sobre el miedo. La Resurrección se convierte en el momento en que Walter comprende la magnitud del sacrificio de Cristo y la profundidad de Su amor. La figura del niño deja de ser meramente un testigo y pasa a convertirse en alguien transformado desde lo más íntimo, espiritual y emocionalmente.
Al concluir el relato, Dickens contempla el impacto que este viaje ha tenido en su hijo. Movido por la intensidad de esa experiencia, decide escribir la vida de Jesús para sus propios hijos, entendiendo que no solo les ha contado una historia, sino que les ha transmitido un legado de fe, esperanza y verdad. La película cierra con un mensaje poderoso, recordando las palabras bíblicas: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, reafirmando que, para Walter, Jesús se ha convertido en el rey más grande que jamás pudo imaginar.