
Dirigida por Anthony Russo y Joe Russo y estrenada en 2025 con el título original The Electric State, esta adaptación del universo visual de Simon Stålenhag propone un viaje intimista a través de un mundo donde la tecnología ha colapsado junto con la humanidad misma. En Estado eléctrico (2025), la interpretación de Millie Bobby Brown sostiene el corazón del relato, acompañada por la presencia de Chris Pratt en un papel que aporta calidez en medio del caos. Con una estética profundamente melancólica, la película nos invita a recorrer paisajes desolados donde los recuerdos, la pérdida y la esperanza se entrelazan.
El personaje de Millie Bobby Brown emprende una misión personal impulsada por el amor hacia su hermano desaparecido, convirtiendo la travesía en un viaje emocional cargado de incertidumbre. Su vínculo con el robot que la acompaña revela un contraste conmovedor entre humanidad y artificialidad. La joven, marcada por la soledad y la desconfianza, encuentra en la máquina una figura protectora y casi afectuosa, un eco del pasado que intenta sobrevivir entre ruinas. Esta relación, silenciosa pero poderosa, sostiene gran parte de la carga emocional del film.
La ruta que atraviesa la protagonista no solo es geográfica, sino profundamente introspectiva. Cada pueblo abandonado, cada carretera corroída y cada señal de tecnología agonizante reflejan su propio estado interior. El paisaje exterior se convierte en metáfora de su lucha emocional, de sus miedos y de su necesidad de aferrarse a los últimos fragmentos de humanidad que le quedan. La película combina acción y contemplación para mostrar cómo la memoria y el dolor pueden acompañar cada paso hacia lo desconocido.
Los hermanos Russo construyen un mundo de gran escala, donde enormes drones abandonados, robots defectuosos y restos de ciudades futuristas se mezclan con un tono íntimo y melancólico. Los efectos visuales, de enorme ambición, coexisten con momentos de absoluta calma que permiten respirar al espectador antes de sumergirlo nuevamente en la angustia del entorno. La película equilibra espectáculo y sensibilidad, mostrando un colapso tecnológico que no se limita a destruir ciudades, sino también esperanzas y vínculos humanos.
A lo largo del relato, la protagonista enfrenta una serie de pérdidas que moldean su esencia. La ausencia de su hermano es el motor de su viaje, pero también el peso que amenaza con quebrarla. En medio de esa fractura emocional aparecen pequeñas chispas de humanidad: gestos de bondad, recuerdos cálidos y la inesperada lealtad del robot que la acompaña. La película explora la fragilidad del ser humano cuando todo lo conocido desaparece, y cómo incluso un atisbo de esperanza puede convertirse en un faro dentro del desierto emocional.
El final de Estado eléctrico (2025) se sostiene en la mezcla de dolor, comprensión y aceptación que define la travesía de su protagonista. El film no ofrece respuestas simples, pero sí un mensaje sobre la capacidad de encontrar significado incluso en mundos descompuestos. La protagonista emerge transformada, habiendo enfrentado su pasado y entendido que la esperanza sobreviene, aunque tenue, incluso en los parajes más oscuros. Es un cierre que invita a reflexionar sobre lo que perdemos, lo que buscamos y lo que finalmente decidimos conservar.