
Dirigida por Benoît Delhomme y estrenada en 2024 con el título original Mothers’ Instinct, esta película es un thriller psicológico que se adentra en la fragilidad emocional de dos mujeres unidas por la maternidad… y separadas por una tragedia que altera para siempre su relación. A través de una estética elegante y un tono inquietante, el filme explora cómo el dolor puede transformarse en paranoia, cómo el amor puede torcerse y cómo el miedo puede mutar en algo peligroso.
Alice y Céline viven una vida aparentemente perfecta: casas vecinas, hijos de la misma edad, rutinas compartidas y una complicidad que parece indestructible. Pero cuando un accidente impacta a una de las familias, su vínculo se llena de silencios tensos, miradas quebradas y emociones que ninguna sabe cómo controlar. La película captura con sutileza cómo la tristeza, la culpa y la desconfianza se filtran lentamente en una relación construida sobre años de cercanía.
El incidente que marca la historia no solo destruye la estabilidad del hogar afectado: también sacude los cimientos de la otra familia. A partir de ese momento, cada gesto cotidiano se vuelve sospechoso, cada palabra adquiere un doble significado y cada decisión parece esconder algo más. La película se centra en la transformación psicológica de ambas mujeres, quienes comienzan a ver peligros donde antes había confianza… y a desconfiar incluso de sus propios sentimientos.
La tensión crece a medida que Alice, consumida por la angustia, empieza a percibir señales inquietantes en el comportamiento de Céline. ¿Está realmente en peligro, o su dolor la está empujando a crear amenazas imaginarias? El guion juega con esa ambigüedad, mostrando cómo el trauma puede modificar la percepción de la realidad. La película retrata esa caída psicológica con sutileza y crudeza, usando silencios, gestos mínimos y una estética que transmite la sensación constante de inestabilidad emocional.
Benoît Delhomme construye un ambiente visual que recuerda a los thrillers clásicos: colores pulidos, encuadres cuidados, interiores ordenados que esconden tensiones insoportables. Esa belleza superficial contrasta con el caos interno de las protagonistas. La cámara sigue de cerca sus emociones, captando miradas perdidas, respiraciones agitadas y escenas en las que la paz doméstica se convierte en un campo cargado de peligro psicológico.
El desenlace expone la verdad oculta detrás de las sospechas, llevando a un punto sin retorno donde la tragedia se transforma en destino inevitable. La película cierra con un golpe emocional que deja cicatrices: no hay vencedores, solo mujeres consumidas por lo que sienten y por lo que temen. “Instintos asesinos” termina con una sensación amarga, inquietante y profundamente humana, mostrando cómo el instinto de proteger puede convertirse, sin quererlo, en un arma devastadora.