
Dirigida por Eskil Vogt y estrenada en 2021 con el título original De uskyldige, esta película noruega se adentra en un territorio fascinante y perturbador donde la inocencia infantil se mezcla con un despertar de poderes, emociones y violencias que nadie ve venir. En Juegos inocentes (2021), los jóvenes protagonistas —entre ellos Rakel Lenora Fløttum, Alva Brynsmo Ramstad y Ellen Dorrit Petersen— construyen un universo propio, tan frágil como inquietante, donde las reglas del mundo adulto ya no aplican. Vogt usa la fantasía como espejo de la vulnerabilidad humana, creando una obra cruda, silenciosa y profundamente emocional que expone cómo los miedos y deseos pueden tomar formas impredecibles.
Lo más inquietante de la historia es cómo Vogt retrata la infancia sin filtros ni romantización. Los niños no son buenos ni malos: son seres que sienten intensamente y que, sin comprender del todo sus emociones, pueden dirigirlas hacia la empatía o hacia el daño. La protagonista interpretada por Rakel Lenora Fløttum encarna a una niña que empieza a descubrir un poder interior que despierta con la misma fuerza con la que emergen sus inseguridades y frustraciones. La película captura con precisión ese equilibrio frágil entre inocencia y crueldad latente que puede surgir cuando el mundo emocional no tiene guía ni límites claros.
El elemento fantástico, lejos de ser un capricho narrativo, funciona como metáfora del tránsito hacia una nueva consciencia. Los poderes que emergen en los niños no están ahí para sorprender; están para representar todo aquello que un niño siente y no sabe expresar. Es la rabia transformada en fuerza, el miedo convertido en silencio, la soledad hecha movimiento. La película muestra cómo, sin recursos emocionales ni acompañamiento, cualquier habilidad puede convertirse en arma. Es una reflexión sutil pero poderosa sobre cómo la niñez moldea la manera en que interpretamos el mundo.
Los edificios grises, los patios vacíos y los bosques silenciosos construyen un entorno donde la soledad se vuelve palpable. Vogt aprovecha cada espacio para reforzar la desconexión entre los niños y los adultos, quienes apenas perciben lo que ocurre ante sus ojos. La fotografía fría, casi clínica, resalta la fragilidad del mundo infantil y crea un clima de tensión constante. El paisaje noruego funciona como un eco del interior de los personajes: vasto, hermoso, pero también distante y peligroso.
En Juegos inocentes (2021), la violencia nunca es gratuita; surge como consecuencia directa de emociones reprimidas y afectos mal comprendidos. Los niños exploran sus límites y descubren el impacto devastador de sus acciones, muchas veces sin fully dimensionar el daño real que causan. La película muestra cómo la falta de contención adulta puede convertir una tensión emocional en una tormenta incontrolable. Cada conflicto avanza con un ritmo inquietante, llevando al espectador a un estado de constante anticipación.
El desenlace ofrece una mezcla de tristeza, redención y comprensión silenciosa. No hay respuestas fáciles, solo la certeza de que la infancia puede ser un terreno emocionalmente salvaje donde los límites entre el bien y el mal se desdibujan. Juegos inocentes (2021) se despide como una obra perturbadora y profundamente humana, que invita a pensar en la responsabilidad emocional, en el poder de la empatía y en la vulnerabilidad de quienes aún no saben ponerle nombre a lo que sienten.