
Dirigida por Alex Scharfman y estrenada en 2025 con el título original Death of a Unicorn, La muerte de un unicornio (2025) irrumpe como una propuesta inesperada que mezcla fantasía, sátira y terror con un tono inquietante y provocador. La historia parte de un accidente absurdo y perturbador que rompe la normalidad de una familia aparentemente común, desencadenando una cadena de acontecimientos donde lo mágico deja de ser bello y se convierte en una amenaza. Desde sus primeros minutos, la película deja claro que no busca consuelo ni escapismo, sino incomodidad y reflexión.
El unicornio, tradicional símbolo de pureza y maravilla, es aquí el detonante de una mirada cruel sobre la ambición humana. Lo que podría ser un milagro se transforma rápidamente en una oportunidad de explotación, revelando cómo incluso lo más extraordinario puede ser reducido a mercancía. La película observa con ironía cómo el asombro inicial da paso al cálculo, y cómo la fascinación se convierte en violencia cuando entran en juego intereses económicos, científicos y personales.
En el centro del relato se encuentra el vínculo entre padre e hija, interpretados por Paul Rudd y Jenna Ortega, cuya relación se ve profundamente alterada tras el suceso. La incredulidad, el miedo y la culpa erosionan la confianza mutua, obligándolos a enfrentar no solo una situación imposible, sino también verdades incómodas sobre quiénes son cuando las reglas desaparecen. La película utiliza este lazo familiar como ancla emocional dentro de un mundo que se vuelve cada vez más absurdo y peligroso.
Aunque la historia contiene elementos de horror explícito, su verdadera inquietud surge de las decisiones humanas. El miedo no proviene únicamente de la criatura o de sus consecuencias, sino de observar hasta dónde están dispuestos a llegar los personajes para beneficiarse del hallazgo. La muerte de un unicornio (2025) construye un terror ético, donde cada acto egoísta acerca a los protagonistas a un castigo inevitable, reforzando la idea de que lo monstruoso no siempre tiene cuernos.
La película se apoya en un humor negro incómodo que expone la hipocresía, el cinismo y la banalización de lo extraordinario. El tono oscila entre lo grotesco y lo irónico, utilizando situaciones extremas para reflejar una sociedad obsesionada con poseer, controlar y capitalizar todo lo que toca. Esta sátira convierte a la historia en algo más que un relato fantástico, transformándola en una crítica mordaz sobre el consumo, la ciencia sin ética y la pérdida de lo sagrado.
El desenlace de La muerte de un unicornio (2025) es tan oscuro como coherente con su planteamiento inicial. No hay aprendizaje cómodo ni moraleja reconfortante, sino consecuencias directas y un cierre que deja una sensación amarga y reflexiva. La película concluye recordando que algunas transgresiones no se perdonan y que lo mágico, cuando es profanado, deja de ser un regalo para convertirse en una condena. Es un final inquietante que permanece en la mente mucho después de que la historia termina.