
Dirigida por Ryûhei Kitamura y estrenada en 2008 con el título original The Midnight Meat Train, la película adapta un relato de Clive Barker para construir una pesadilla urbana ambientada en el metro nocturno de Nueva York. Desde su inicio, el film propone una inmersión en un mundo oculto bajo la rutina cotidiana, donde la violencia no es un accidente aislado, sino parte de un orden secreto y brutal que existe fuera de la mirada común.
La historia sigue a Leon Kaufman (Bradley Cooper), un fotógrafo ambicioso que busca capturar la crudeza real de la ciudad para destacar en su carrera. Su obsesión por encontrar imágenes auténticas lo lleva a explorar la Nueva York nocturna, donde presencia hechos cada vez más inquietantes. A su lado está Maya (Leslie Bibb), su pareja, quien observa con preocupación cómo Leon se va sumergiendo en una fijación peligrosa que lo aleja de la normalidad y lo empuja hacia lo desconocido.
El corazón del horror se manifiesta en Mahogany (Vinnie Jones), una figura imponente y silenciosa que opera como verdugo en los trenes nocturnos. Su presencia es mecánica, ritualista y aterradora, convirtiendo cada encuentro en una ejecución calculada. La película construye a este personaje como una fuerza imparable, más cercana a un mito urbano que a un simple asesino, reforzando la sensación de que Leon ha descubierto algo que nunca debió ver.
En Masacre en el tren de la muerte, Nueva York no es solo un escenario, sino un ente vivo con capas ocultas. El metro representa el subsuelo moral de la ciudad, un lugar donde las reglas cambian y la violencia se normaliza. Kitamura utiliza luces frías, espacios cerrados y pasillos interminables para transmitir la idea de que bajo la civilización moderna existe un sistema primitivo que se alimenta del sacrificio humano.
A medida que Leon se acerca a la verdad, su cordura comienza a resquebrajarse. El film plantea una transformación psicológica profunda, donde la curiosidad se convierte en condena. Las revelaciones finales obligan al protagonista a confrontar no solo a los responsables del horror, sino su propio lugar dentro de ese engranaje. La película sugiere que conocer la verdad implica aceptar un rol dentro de ella, incluso si ese rol es monstruoso.
El desenlace de Masacre en el tren de la muerte evita cualquier sensación de justicia o alivio. La historia concluye de manera perturbadora, reforzando la idea de que el horror no puede ser erradicado, solo continuado. La película cierra como una experiencia extrema y nihilista, donde la ciudad sigue funcionando con normalidad mientras su maquinaria oculta continúa operando en la oscuridad, indiferente a quienes desaparecen en el camino.