
Dirigida por Francisco J. Lombardi y estrenada en 2000 con el título original Pantaleón y las visitadoras, Pantaleón y las visitadoras (2000) adapta la célebre novela de Mario Vargas Llosa para contar la historia del capitán Pantaleón Pantoja, un oficial ejemplar del ejército peruano cuya vida da un giro inesperado cuando recibe una misión confidencial. El alto mando le encarga organizar un servicio de prostitutas itinerantes para atender a los soldados destacados en la Amazonía, con el objetivo de reducir abusos y escándalos sexuales.
Pantaleón, interpretado por Salvador del Solar, es la encarnación del militar perfecto: meticuloso, obediente y obsesionado con la eficiencia. Aunque al principio se resiste moralmente a la misión, termina aceptándola con la convicción de que todo puede resolverse mediante estadísticas, informes y reglamentos. Su capacidad organizativa convierte el proyecto en un sistema impecable, con horarios, evaluaciones de rendimiento y estrictas normas de conducta, lo que genera un contraste hilarante entre la rigidez militar y la naturaleza del servicio que administra.
El programa secreto comienza a funcionar con sorprendente éxito gracias a un grupo de mujeres cuidadosamente seleccionadas, conocidas como “las visitadoras”. Entre ellas destaca Olga Arellano, alias la Colombiana, interpretada por Angie Cepeda, cuya presencia introduce una dimensión emocional inesperada en la vida de Pantaleón. A medida que el servicio se expande, la leyenda del sistema crece entre los soldados, y lo que debía ser una operación invisible empieza a adquirir fama, reconocimiento y admiración clandestina.
Mientras el proyecto prospera, Pantaleón mantiene una doble vida: por un lado, el esposo ejemplar y el oficial modelo; por otro, el administrador de una red de prostitución altamente eficiente. La situación se vuelve insostenible cuando la prensa comienza a investigar rumores sobre el servicio secreto. La exposición mediática transforma el éxito logístico en un problema político y moral, revelando la hipocresía de las autoridades que inicialmente avalaron el plan y ahora buscan un culpable.
El vínculo entre Pantaleón y la Colombiana se profundiza hasta convertirse en una relación amorosa que rompe por completo la fachada de control del protagonista. Esta relación marca el punto de quiebre del relato, ya que introduce sentimientos genuinos en un sistema diseñado para ser puramente funcional. La tragedia irrumpe cuando la Colombiana muere en un ataque violento, un hecho que golpea profundamente a Pantaleón y lo enfrenta con el costo humano de su obediencia ciega.
El desenlace de Pantaleón y las visitadoras (2000) es tan irónico como contundente. Pantaleón es castigado y trasladado, mientras los altos mandos niegan cualquier responsabilidad. El sistema que él perfeccionó es desmantelado públicamente, aunque en privado se reconoce su eficacia. La película cierra como una sátira feroz sobre la burocracia, la moral selectiva y la obediencia institucional, dejando claro que el verdadero absurdo no está en la misión, sino en quienes la ordenaron.