
Dirigida por John Gatins y estrenada en 2005 con el título original Dreamer: Inspired by a True Story, esta película familiar, inspirada libremente en hechos reales, narra la conmovedora historia de una niña y un caballo cuya lucha por sanar —física y emocionalmente— cambia para siempre el destino de una familia marcada por la frustración y la derrota. Con actuaciones profundamente humanas y un corazón enorme, el filme celebra la perseverancia y la capacidad de creer incluso cuando todo parece perdido.
Desde el inicio, la película retrata la vida del entrenador Ben Crane, un hombre agotado por años de malas decisiones, presiones económicas y un distanciamiento doloroso con su hija. La granja familiar, alguna vez llena de sueños, ahora es un recordatorio constante de lo que se ha perdido. Entre silencios tensos y jornadas extenuantes, el filme pinta un retrato íntimo de una familia que necesita una chispa para volver a creer en sí misma.
El corazón de la historia se enciende cuando Soñadora, una yegua talentosa pero gravemente lesionada, entra en sus vidas. Ben decide llevarla a casa en contra de las recomendaciones, una decisión impulsada tanto por la intuición como por el vínculo silencioso que la niña, Cale, desarrolla de inmediato con el animal. Lo que al principio parece una carga termina convirtiéndose en una esperanza inesperada. La relación entre Cale y Soñadora es pura, llena de ternura, paciencia y una complicidad que salva a ambas.
La película profundiza en la idea de que no solo los caballos pueden romperse: también lo hacen las personas. Ben y Cale cargan dolores que no saben expresar, y Soñadora se convierte en un puente emocional entre ellos. El proceso de rehabilitación del animal se refleja en el proceso de reparación de la familia. Cada pequeño avance, cada paso más firme de la yegua, simboliza un acercamiento entre padre e hija que conmueve sin caer en sentimentalismos fáciles.
A medida que Soñadora recupera fuerza, surge la posibilidad de competir nuevamente, a pesar de las dudas del entorno y los obstáculos económicos. Lo que está en juego va más allá del triunfo: se trata de demostrar que nada está completamente perdido. La tensión, el miedo y la emoción se combinan en la recta final, donde la familia apuesta todo por un sueño que parecía imposible. Gatins construye estas escenas con una sensibilidad que hace vibrar al espectador.
El desenlace celebra la unión, la fe y la determinación. Sin importar el resultado, la familia descubre que el verdadero triunfo ha sido reencontrarse y aprender que los sueños, cuando se cuidan con amor, pueden renacer incluso de las heridas más profundas. “Persiguiendo un sueño” cierra con una calidez envolvente, reafirmando su mensaje universal: a veces, un corazón roto solo necesita una razón para volver a galopar.