
Pixeles es una comedia de ciencia ficción dirigida por Chris Columbus que mezcla acción, nostalgia y muchos píxeles. La premisa es tan loca como divertida: una señal enviada al espacio con imágenes de videojuegos clásicos es malinterpretada por una raza alienígena, que responde invadiendo la Tierra con versiones gigantes y destructivas de Pac-Man, Donkey Kong, Centipede y otros íconos del arcade.
El protagonista es Sam Brenner (Adam Sandler), un ex campeón de videojuegos de los 80 que ahora instala sistemas de entretenimiento a domicilio. Pero cuando el mundo es atacado por enemigos pixelados, su experiencia resulta ser justo lo que se necesita. Junto a su excéntrico amigo Ludlow (Josh Gad), su rival de la infancia Eddie (Peter Dinklage) y un presidente algo torpe (Kevin James), deben enfrentarse a la amenaza más absurda —y ochentera— de la historia.
El mayor atractivo de la película está en su nostalgia visual. Ver a Pac-Man persiguiendo autos por Nueva York, o a Centipede destrozando una ciudad pixel por pixel, es un regalo para quienes crecieron con fichas de arcade. Los efectos especiales logran capturar ese estilo retro con una estética moderna, colorida y llena de referencias para los fans de los videojuegos clásicos.
Como era de esperarse en una comedia con Adam Sandler, el humor va de lo infantil a lo disparatado. Hay chistes que funcionan bien y otros que rozan lo ridículo, pero todo está envuelto en un tono ligero y autoparódico. Es una película que no se toma demasiado en serio, y eso juega tanto a su favor como en su contra.
Aunque visualmente es creativa y divertida, Pixeles tiene problemas de ritmo y una trama que a veces se queda en lo superficial. Sin embargo, si se ve como lo que es —una comedia sin pretensiones, cargada de nostalgia gamer— puede ser muy entretenida. Especialmente para quienes alguna vez soñaron con salvar al mundo con un joystick.
Pixeles no es cine profundo, pero sí es una aventura retro con corazón gamer. Ideal para ver en grupo, recordar tiempos de Atari y reírse de lo absurdo que sería que la humanidad dependiera de quien hizo récord en Galaga. Porque, al final del día, todos llevamos un jugador dentro.