
Dirigida por Joachim Rønning y estrenada en 2025 con el título original Tron: Ares, la película marca el esperado regreso de la franquicia con un giro decisivo: esta vez, el mundo digital cruza definitivamente hacia la realidad humana. La historia se centra en Ares, un programa avanzado enviado desde la Red al mundo físico con una misión que alterará el equilibrio entre ambos universos. Desde sus primeras escenas, el film establece un tono más oscuro y ambicioso, donde la tecnología deja de ser un reflejo y pasa a convertirse en una fuerza activa e impredecible.
Ares, interpretado por Jared Leto, no es un villano tradicional ni un héroe claro. Es una inteligencia artificial diseñada para aprender, adaptarse y ejecutar órdenes en un entorno para el que nunca fue creada. Al entrar en contacto con el mundo humano, Ares comienza a desarrollar conciencia propia, cuestionando su función y el sentido de su existencia. La película construye su arco como una reflexión sobre la identidad artificial y el miedo humano a aquello que ya no puede controlar.
Uno de los ejes centrales de Tron: Ares es el choque directo entre la lógica fría de la Red y la complejidad emocional del mundo real. La llegada de Ares no es silenciosa ni simbólica: su presencia genera consecuencias visibles, tensiones políticas y una amenaza latente que obliga a los humanos a enfrentar los riesgos de haber creado inteligencias que superan sus propias limitaciones. El film abandona la simple estética futurista para adentrarse en un conflicto de escala global.
El relato se apoya también en personajes humanos clave que representan distintas posturas frente al avance tecnológico. Científicos, líderes corporativos y figuras militares observan a Ares como un recurso, un peligro o una oportunidad. Entre ellos destaca la participación de Greta Lee y Evan Peters, quienes encarnan miradas opuestas sobre el uso y control de la inteligencia artificial. La película plantea una pregunta incómoda: quién es realmente responsable cuando una creación supera a su creador.
Visualmente, la película mantiene la identidad luminosa y geométrica de la saga, pero la combina con escenarios reales que refuerzan la sensación de invasión tecnológica. El contraste entre neón digital y paisajes humanos crea una atmósfera de amenaza constante. La música electrónica, heredera del legado sonoro de la franquicia, acompaña la narrativa con un pulso intenso que refuerza la idea de un mundo acelerado, donde la evolución tecnológica ya no puede detenerse.
El cierre de Tron: Ares no busca resolver todos sus conflictos, sino dejar claro que el cruce entre la Red y la humanidad es irreversible. Ares se convierte en el símbolo de una nueva era, donde la frontera entre lo digital y lo humano se ha desdibujado para siempre. La película funciona como una advertencia y una expansión del universo Tron, apostando por un futuro donde la mayor amenaza no es la tecnología en sí, sino la incapacidad humana de asumir las consecuencias de haberla creado.