
Dirigida por Roman Polanski y estrenada en 1968 con el título original Rosemary’s Baby, esta película es uno de los pilares del terror psicológico moderno. Con una narrativa que se desarrolla lentamente y una atmósfera cada vez más opresiva, el filme sigue a una joven esposa que, tras mudarse a un antiguo edificio, comienza a sospechar que su embarazo está siendo controlado por fuerzas oscuras. La historia explora el miedo, la manipulación y el aislamiento emocional con una sutileza que aún hoy resulta profundamente perturbadora.
La trama transcurre en el Bramford, un complejo residencial cuya belleza arquitectónica contrasta con las historias macabras que lo rodean. Sus pasillos silenciosos, vecinos excéntricos y paredes que parecen guardar ecos del pasado refuerzan la sensación de claustrofobia. El edificio se convierte en un personaje más: un espacio que seduce con su encanto clásico, pero que oprime con una atmósfera cargada de misterio y presagios inquietantes.
Rosemary es presentada como una mujer joven, dulce y deseosa de construir una familia, pero también vulnerable ante la presión social y las manipulaciones de quienes la rodean. Su embarazo, que debería ser motivo de alegría, se transforma poco a poco en una fuente de angustia, dolor y sospecha. La película retrata con sensibilidad su deterioro emocional, mostrando cómo la pérdida de control sobre su propio cuerpo la lleva a cuestionar incluso su cordura.
El esposo de Rosemary, Guy, es un actor frustrado cuya ambición lo empuja a decisiones moralmente devastadoras. Su comportamiento cambia abruptamente tras establecer una relación más estrecha con los vecinos, mostrando señales de frialdad y manipulación. La película explora su rol en la tragedia como ejemplo de cómo el deseo de éxito puede corromper incluso los vínculos más íntimos. Sus acciones son el detonante silencioso del horror que se desencadena.
Los vecinos del edificio, liderados por una pareja aparentemente amable, encarnan la dualidad perfecta entre cortesía y amenaza. Gestos de ayuda desinteresada se transforman en intromisiones, y cada “atención” hacia Rosemary se vuelve una pieza más de un plan siniestro. El filme construye una red de engaños donde la protagonista queda atrapada sin comprender hasta qué punto su vida está siendo manipulada. Cada conversación, cada té, cada visita es una señal de que algo oscuro se mueve bajo la superficie.
El desenlace es inquietante, simbólico y devastador. Rosemary descubre la verdad detrás de su embarazo en una escena que se ha vuelto legendaria por su ambigüedad emocional y su fuerza perturbadora. El horror no proviene de efectos sobrenaturales grandilocuentes, sino del reconocimiento de que sus sospechas —aquellas que todos minimizaban— eran reales. “El bebé de Rosemary” cierra con un tono frío e inolvidable, recordando que el terror más profundo nace cuando la confianza se rompe y el enemigo está demasiado cerca.